sábado, 6 de abril de 2013

Cien montaditos de Gran Vía

Yo sé que a mis diecisiete (casi dieciocho) años de vida no tiene sentido que hable de lo que el tiempo me ha enseñado. Porque yo no tengo la suficiente edad para tener un tiempo.
Sin embargo, yo he sentido. He sentido cosas que me han hecho pensar y que me han hecho querer.
La cosa que a lo mejor te causa risa, querido lector, es que a mí, el tiempo y todo (lo poco) que he vivido me han hecho darme cuenta a mis casi dieciocho años de lo verdadero importante en la vida humana.
Es cierto también, que todo esto va a sonar muy clásico, muy cursi, muy sentimental. Sinceramente, me da igual como suene, pero no va en ese sentido.
El caso, el tiempo me ha hecho pensar y darme cuenta de que en esta vida lo único importante es querer. Y que te quieran. Porque al fin y al cabo, lo demás no importa. Nada en absoluto va a aportarte más que ese sentimiento. Ni los estudios, ni las cosas materiales ni nada de eso. Esas cosas llegarán a hacer que te sientas   mínimamente realizado, pero nunca te completarán tanto como la sensación que experimentamos cuando vemos que hemos hecho que una persona a la que queremos le cueste menos vivir, que le hemos hecho un bien. Su placer, su cara. Eso sí.
Toda esta reflexión me hace sacar en claro varias cosas. Una de ellas es que agradezco muchísimo saber esto ahora.
Esa es la razón de la existencia. El ser humano es el único dotado de esa capacidad. Nacemos para querer y para ser queridos.

Y hasta aquí mi revolución mental de la metafísica humana.

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