Recuerdos de ese bicho que tiene forma de bebé de dos años. Viendo los vídeos de cuando comenzó a andar y de sus primeros cinco cumpleaños. Aunque algunos están desenfocados ves sus pequeños dientes salir y la emoción en los ojos de su madre.
Poco a poco dejó de mojar la cama, pero le costó lo suyo. Su mochila estaba rota en el bolsillo de la derecha. Pintar no se le daba bien, pero como no le gustaba, las imágenes que ocupaban sus ojos eran las de los puzzles.
Todo exacto, matemático. Don Justo Preciso. Calculadora humana a los doce, músico a los catorce y mente brillante desde que nació.
Soltó con la mano derecha los números para coger una guitarra y martirizar a su vecina de pared con canciones pegadizas que provocaría que dejase de los apuntes para irse a cantar con él.
Lo que no sabes es que luego ese pequeño niño al que viste caerse para ayudarle a levantarse es aquel al que ahora no puedes dar una mano porque no quiere soltar esa guitarra y empieza a aporrear los pianos que se le cruzan.
No le he dado aún las gracias, porque todavía quedan cosas que tendré que agradecerle cuando ocurran, así que no adelantemos acontecimientos.
Lo que no que le he dicho es que me gusta que me pida que cuente sus patas de tapas de bolis BIC, que le robe la ropa porque huele a él, deshacer sus ricitos que un día fueron de oro cuando nos quedamos dormidos en el sofá viendo la serie de turno, meterme en su cama en Torre cuando la mía está fría y él ya la ha calentado.
A mi amigo, a mi vecino de pared, a la persona con la que comparto camisetas del Hard Rock. A mi hermano.
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